Marguerite Duras, lo indecible, dice ella ~ UNA VISTA PROPIA

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11 de junio de 2007

Marguerite Duras, lo indecible, dice ella

Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: "la conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud. Su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado".

Así comienza El amante, novela con la que Marguerite Duras obtuvo en 1984 el premio Goncourt -el más prestigioso premio literario francés- y con él una tirada de cerca de tres millones de ejemplares, traducciones en unos cuarenta idiomas y un enorme éxito mundial, intensificado por la película de Jean-Jacques Annaud. Qué asombroso rostro el de esta mujer. Y qué sorprendente también su trayectoria. De la gracia sensual y turbadora de la jovencita del periodo de entre guerras al mohín burlón y la mirada de batracio del monstruo sagrado contemporáneo. Sus ojos siempre provocadores y muy abiertos detrás de sus gruesas gafas.

"Entre los dieciocho y veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto", prosigue... "Ese envejecimiento fue brutal. Vi como se apoderaba de mis rasgos uno a uno... He conservado aquel rostro nuevo. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho... ha conservado los mismos contornos pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido..."

El amor, la vida y la muerte
La destrucción... una palabra clave para Marguerite Duras, que se mira en sus novelas, en su teatro y sus películas como en un espejo y se identifica con su obra hasta el punto de olvidar lo que es autobiográfico y lo que es ficción. El amor, la vida, la muerte... Al igual que sus personajes, la autora se ve afectada por la despiadada ley de la destrucción, pero su propia vitalidad y su talento consiguen que en ello encuentre inagotables fuentes de embriaguez.

Qué asombrosa, Marguerite Duras. Nacida en 1914, unas semanas antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, en Gia Dinh, en Indochina, en el extrarradio de Saigón. Su padre, Henri Donnadieu -un patronímico que a ella no le gusta y que sustituirá por el nombre de un pueblo del suroeste de Francia del que procede su familia paterna- es profesor de matemáticas y ejerce en Tonkin, en Cochinchina y en Camboya. Cuando regresa a Francia por razones sanitarias y fallece aún joven, su esposa, Marie Legrand, nacida en una granja de Picardía, decide permanecer en Indochina con sus dos hijos y la pequeña Marguerite que tiene por entonces cuatro años.

La Madre es sin duda un personaje ineludible de la vida y obra de Duras. La de Un dique contra el Pacífico (1950) que encontramos treinta años después en El amante. Siempre la misma, entera, valiente y obstinada en sus decisiones y opiniones hasta llegar al absurdo. Amada y odiada, respetada y denigrada a la vez: "Era hija de campesinos. Había sido tan buena estudiante que sus padres le habían permitido continuar hasta el certificado superior", escribe Duras. "Después fue maestra en un pueblo del norte de Francia. Era 1899. Algunos domingos, ante el ayuntamiento, soñaba viendo los carteles de propaganda colonial... "Jóvenes, venid a las colonias, la fortuna os espera". A la sombra de un bananero cargado de frutos, una pareja colonial vestida de blanco de arriba abajo, se balanceaba en un rocking-chair mientras que los indígenas sonrientes les colman de atenciones. Se casó con un maestro, que como ella, se moría de impaciencia en un pueblo del Norte, víctima también de las insondables lecturas de Pierre Loti1".

Al quedarse viuda y para poder darles una educación a sus hijos, la Madre da clases de francés y toca el piano en un cine, hasta que solicita una concesión de terreno en Camboya, proponiéndose sacarle el máximo provecho. Pero era demasiado ingenua para darse cuenta de la corrupción que existía en la administración y comprender que no hay concesión cultivable sin comisión bajo cuerda. Así es que perderá todos sus ahorros y se arruinará construyendo presas para proteger en balde sus arrozales de la invasión anual del mar.

Escribir contra viento y marea
Duras se consagrará a la literatura con la misma determinación y tenacidad que su madre a sus plantaciones de Indochina o, más tarde, en Francia, a la viticultura y a la ganadería. Pero con menos ingenuidad y sobre todo con mucho más éxito. Hay que reconocer que el temperamento y la pasión de vivir tan poéticos que había heredado de su madre se adaptaban mejor a la literatura que al cultivo del arroz o de la vid.

Pronto quedó demostrado, cuando en 1943 Duras publica su primera novela Les Impudents, y al año siguiente La vida tranquila que el escritor Raymond Queneau, impresionado por este joven talento, hará publicar en la editorial Gallimard. Y más aún en 1950 cuando aparece Un dique contra el pacífico, con el que por poco gana el Premio Goncourt del que entonces la priva su compromiso comunista. Pues Duras, que había llegado a Francia a los dieciocho años para proseguir sus estudios ya tenía su experiencia: una licenciatura de derecho y un puesto en el Ministerio de las Colonias. En 1939 se casa con el poeta Robert Antelme y en 1942 da a luz un niño muerto. París vive bajo la Ocupación y se organiza la Resistencia. Su marido y su nuera son detenidos. Marie Laure muere en la deportación, pero Antelme sobrevive y regresa de Dachau con François Mitterrand que había introducido a Marguerite en la Resistencia y acompañado a los americanos a la hora de abrir los campos de concentración.

Tras la Liberación, Duras milita en el partido comunista francés, que abandonará en 1950, a raíz de la Primavera de Praga. En este periodo no publica nada, sino que se dedica a vender L'Humanité y a sus actividades de militante. Es también la época de la vida a tres, con Antelme y Dionys Mascolo. A los treinta años, en la efervescencia creativa de la posguerra, Duras, que se codea con Sartre en Saint-Germain des Prés, ya es una figura de la intelligentsia parisina. Pero aún le quedan cuarenta años más y muchas otras arrugas, antes de convertirse en un personaje mundial de las letras y del cine.

Esta mujer no se anda con comtemplaciones. Ni con ella misma, ni con los demás: al día siguiente de su muerte, el académico y periodista Bertrand Poirot-Delpech escribía en el diario Le Monde: "Cuando esta personita con gafotas y voz de haber celebrado un meeting el día anterior, participa en la Resistencia o en la política, cuando cree en el comunismo, y cuando luego lo abomina, cuando interviene en los sucesos, lo hace de manera visceral, sin comedimiento ni prudencia."

Duras no conoce límites. Para ella no existen ni siquiera en las exigencias más contradictorias del corazón. Tampoco en los caprichos del cuerpo, o en el vino, el alcohol, el whisky de El marino de Gibraltar (1952), el campari de Los caballitos de Tarquinia (1953) o el vino tinto de Moderato Cantabile (1958). Así como tampoco hay límites entre la novela, el teatro, el cine y el periodismo. Cuando escribe Días enteros en los árboles (1954), hace indiferentemente un libro, una obra de teatro, una película.

Duras no domina más que una sola cosa: la escritura y ese ruido tan particular que hacen las palabras cuando las junta. ¿No es bastante? Todo lo que siente lo escribe ensartando las sílabas como si fueran perlas. Más que con los ojos, habría que escuchar sus libros, al igual que sus películas. Así que no puede sorprendernos que asocie Hiroshima con mon amour2, ni que se atreva a proclamar "sublime, forzosamente sublime" el asesinato de un niño al que se encontró ahogado en un río de los Vosgos -un suceso que hizo correr ríos de tinta en los años 80- y de que, basándose en presunciones más literarias que jurídicas, designe abusivamente como homicida a la madre, Christine Vuillemin3.

* 1. Pierre Loti (1850-1923): oficial de marina y novelista impresionista famoso por sus descripciones de países exóticos.
* 2. Hiroshima mon amour, película de Alain Resnais con guión y diálogos de Marguerite Duras (1959).
* 3. Duras aplicaba la expresión "sublime, forzosamente sublime" al presunto gesto de la madre sacrificando al pequeño Grégory.


Jean-Louis Arnaud
http://www.diplomatie.gouv.fr/label_France/ESPANOL/LETTRES/DURAS/duras.html

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