Psicoanálisis, ideología, mercadeo y subversión del MELODRAMA ~ UNA VISTA PROPIA

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28 de marzo de 2007

Psicoanálisis, ideología, mercadeo y subversión del MELODRAMA

Del melodrama, tanto del tradicional como del contemporáneo, hay mucho que decir todavía. Laura Mulvey, desde una perspectiva psicoanalítica, subraya que el melodrama gira en torno a un protagonista cuya conducta sintomática emerge de irreconciliables e inexpresables contradicciones internas que inundan la puesta en escena (Laura Mulvey, "Americanitis: European Intellectuals and Hollywood Melodrama" en Fetishism and Curiosity). Los impulsos subconscientes del personaje son entonces los que conducen la trama. El personaje tiene que resolver esos impulsos y embarcarse en una “travesía” psicológica, a lo largo de la cual deberá negociar con una serie de dilemas extremos. Las elecciones del personaje serán decisivas: o lo benefician y lo libran de una catástrofe, o lo aniquilan y lo llevan a una consumación trágica.

Para Mulvey, el género melodramático está ligado a compulsiones oscuras e inconscientes. Cinematográficamente, el melodrama fue desde sus inicios (años 20) un género femenino: explícitamente se lo incluía en el género de filmes identificado por el marketing norteamericano como “women pictures”. Mulvey subraya que el drama central era la lucha de una mujer por alcanzar una identidad sexual estable. Estas protagonistas permanecían siempre atormentadas entre una feminidad pasiva y una masculinidad regresiva.

El punto de vista oficial

La lectura del melodrama propuesta por Mulvey no es la tradicional. Oficialmente, se define como un sub-género del drama, cuyo principal objetivo es avivar las emociones de la audiencia. Para esto, los conflictos y reveses de la trama se acentúan y exageran. La música, altamente dramática, juega un papel fundamental en esta exacerbación de las emociones. La crítica tradicional de cine ha juzgado peyorativamente al melodrama como filmes irrealistas, de excesivo pathos (tragedia), en torno a romances y situaciones domésticas de tipo camp (de mal gusto, artificiales), y de personajes estereotipados, que apelaban a un tipo de espectador de “menor” exigencia: las mujeres.

Las tecnologías de género
Desde un punto de vista feminista, estudiar la historia del melodrama implica descubrir las distintas “tecnologías de género” con que Hollywood educaba y educa a sus espectadoras. Antes de que en 1934 el llamado “Código de Administración de la Producción” introdujera estrictos parámetros de censura moral, Hollywood produjo muchos melodramas sórdidos, cuyas protagonistas -duras, pecadoras, indecentes, desalmadas y ambiciosas- eran estereotipos de buscadoras de fortuna, prostitutas vampiresas y divorciadas perversas. La trama las castigaba de una u otra forma, y al final pagaban por sus pecados con el rechazo social, la adicción a las drogas, el anonimato y hasta la muerte. Los títulos son suficientemente decidores: Mi Dama de los Caprichos (1925), Mantrap (1926), La Divorciada (1930), Madame Satan (1930), Poseída (1931), entre muchísimos otros.

La femme fatale
Para la década del 30, el drama “llorón” (weepie) ya era una categoría del marketing muy productiva. Los productores creyeron que las mujeres se verían más atraídas por estos filmes, si en ellos se contaba sobre crisis familiares, separaciones maritales, infidelidades, amor no correspondido y affaires pecaminosos. Así, las mujeres escapaban a su rutinaria vida doméstica y se identifican con las protagonistas, fuertes y temerarias que el melodrama de la femme fatale recreaba. Por eso, estos personajes no se conformaban con el rol tradicional de género y muchas de ellas disputaban a los débiles personajes masculinos de las historias, el poder, el dinero y el control sobre la sexualidad. Barbara Stanwyck, Marlene Dietrich, Greta Garbo, Joan Crawford y Jean Harlow son las actrices que encarnaron estas transgresiones.

La madre abnegada
A mediados de los años 30 y en los 40, el melodrama maternal adquirió gran protagonismo. Eran historias sobre abnegadas y virtuosas madres que debían sobrellevar toda clase de desdichas a causa del amor incondicional y el deseo de protección a sus hijos. Victimizadas por su fatal destino, al final se convertían en heroínas a costa del sacrificio maternal, que muchas veces no era ni siquiera reconocido por los ingratos, egoístas y hasta crueles hijos. La separación madre-hijo era siempre parte central del drama, y ocurría por diversas razones: presiones sociales, bancarrota, escándalo o “caídas” morales en los momentos de desesperación. Stella Dallas (1937), protagonizado por Barbara Stanwyck, y Mildred Pierce (1945), con Joan Crawford, son dos de los filmes más célebres.

Evolución del melodrama
Es verdad que el melodrama ha sido un género destinado a la manipulación camp por excelencia. Tanto es así, que Hollywood le reservó términos muy elocuentes: weepies, tearjerkers, y más recientemente, chick flicks. Los melodramas clásicos alcanzaron su clímax en los años 50 de la mano de Douglas Sirk. Sin embargo, no todos los melodramas son “cine barato”, en el sentido de manipulador y estereotipado. Hay algunos que, aún desde esa época, y más hoy en día, recrean realidades dramáticas tremendas y conflictos psicológicos arrasadores que -interpretando a Mulvey-, son expresados desde una puesta en escena “sintomática” y exacerbada.

El cine posmoderno ha dado nueva vida a este género. Almodóvar hizo del camp una revolución estética e ideológica. Scorsese ha jugado con este género en muchos de sus filmes: Taxi Driver, Cape Fear, Pandillas de Nueva York, El Aviador. Jane Campion, en casi todos sus largometrajes, ha recreado desde un nuevo lenguaje cinematográfico y una visión de género, los conflictos de mujeres atrapadas por la represión y el deseo: El Piano, Retrato de una Dama e In the Cut, son melodramas feministas por excelencia.

Como mencioné al comenzo, queda mucho por decir y analizar todavía.

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