La feminidad: un problema epistemológico ~ UNA VISTA PROPIA

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25 de abril de 2007

La feminidad: un problema epistemológico

¿Es propia de todas las mujeres? ¿Es una forma de ser que viene dada por la biología, la química, la educación, la socialización? ¿Qué significa ser "femenina"?

Históricamente la feminidad fue asociad, en sus orígenes, a los cultos de fertilidad, a la tierra, la maternidad y el cuidado de la especie. Lo femenino y lo masculino fueron integrados a las jerarquías binarias de las culturas, que establecen una oposición valorativa entre un polo positivo y otro negativo: bueno/malo, sujeto/objeto, mente/cuerpo, racional/emocional, cultura/naturaleza, hombre/mujer. El signo mujer fue ubicado en el polo "negativo" de la ecuación y, a su vez, dividido en estereotipos de dos clases:
* los que representan una feminidad acorde con el orden establecido: la madre abnegada, la esposa fiel y entregada, la Virgen, la mujer-niña, la mujer-frágil, la mujer "buena".
* los que aluden a una feminidad que, en diversos planos, amenaza al orden: la bruja es aquí la figura clave. Dado que la sexualidad, terreno desconocido y no dominado por la conciencia, históricamente ha significado también muchos enigmas, dudas e inseguridades en el ser humano, la mujer "sexualizada" encarna una de las más grandes amenazas para el status quo. De ahí que existan mitos como el de la femme fatal, la mujer fálica, la ninfómana insaciable, y demás.
Las mitologías más antiguas, subyacentes hasta hoy en las ideologías dominantes, crearon grandes personajes femeninos que encarnaban esta oposición entre el bien y el mal, lo divino y lo siniestro, la madre y la puta, el ángel y el demonio. La literatura, la cultura pop y el cine han recogido fielmente estas caracterizaciones en personajes célebres, algunos de los cuales se han convertido en categorías genéricas: el hada, la bruja, la femme fatale, la vamp.

Tanto desde las ciencias sociales (antropología, filosofía, sicología, sicoanálisis), como desde el arte y la cultura, la mujer fue definida como "lo Otro". El hombre ha sido el sujeto de la experiencia humana, la norma; la mujer, el enigma, el continente oscuro. Lo masculino ha sido definido como lo opuesto a lo femenino, es decir lo que no es débil, lo que no es emocional ("los hombres no lloran"), lo que es confiable, sólido ("palabra de hombre"), diáfano, claro, comprensible ("¿quién entiende a las mujeres?"), lo que es valiente, arrojado, firme ("tener cojones"). Existe, por tanto, una relación de espejo entre las identidades masculina y femenina. Cambiar la definición de uno de los términos, implica un cambio en el otro.

Gracias al avance de los estudios de género, con autores como Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Judith Butler, Teresa de Lauretis, a más de muchos otros, la feminidad, y con ella la masculinidad, han sido "deconstruidas", desnaturalizadas, "desencializadas". Puesto que la subjetividad es entendida como una construcción social a la vez que sicológica, la feminidad ya no es considerada una esencia, inherente a toda mujer. Es vista más como un juego de actitudes, habilidades, emociones y valores adquiridos.

Foucault, en Historia de la Sexualidad, habla de "tecnologías del sexo", al referirse a la sexualidad como algo no esencialista, conformado por el poder, la cultura y los saberes. La sexualidad no es para Foucault una conducta instintiva de los cuerpos, sino el resultado de una “tecnología del sexo”, de “técnologías polimorfas del poder”, que "doman" y sujetan al cuerpo y construyen la sexualidad de acuerdo con el poder establecido. Estas tecnologías del sexo abarcan desde los sermones religiosos hasta el discurso legal, científico y médico que, a partir del siglo XIX, sustituye a la religión a la hora de definir, controlar y administrar la sexualidad.

Teresa de Lauretis, siguiendo este concepto, propone el de "tecnologías de género". Para de Lauretis, el género, al igual que la sexualidad, es una construcción: es el conjunto de los efectos en los cuerpos, los comportamientos y las relaciones sociales, producidos por una compleja tecnología política que hace que su representación sea también su construcción. Diversas tecnologías sociales moldean y crean estos efectos: tanto los mecanismos clásicos -los discursos prescriptivos y normativos, la ciencia, la filosofía., como
otros dispositivos actuales, particularmente el cine y los medios de comunicación, además de, naturalmente, las prácticas de la vida cotidiana.

Estas tecnologías controlan el significado social y producen, promueven y afianzan las representaciones de género. Así se construyen los sujetos: asignándoles significados, funciones y actitudes a sus cuerpos e imaginarios, organizando sus roles en los ámbitos de la producción/ reproducción, encauzando sus comportamientos, habilidades y deseos.

Judith Butler aporta la noción de "performatividad": las acciones, rituales, discursos, imaginarios e intercambios que los sujetos asumen, aprenden y repiten para convertirse en hombres y mujeres. La palabra, los discursos, son la forma más exitosa de instauración de la performatividad, y por ende, del género. La palabra crea la situación que nombra, a medida que se repite y se interioriza en las personas. La performatividad reifica, excluye, violenta unos cuerpos que pasan a ser falsos e ininteligibles.

Butler propone “desnaturalizar” el género, contrarrestar la violencia normativa que trae consigo la performatividad del sexo y erradicar la asunción de la heterosexualidad natural como "la norma". Esta representación "naturalizada" de lo heterosexual está construida sobre la homofobia: el rechazo de sexualidades que apenas pueden ser reconocidas y nombradas, y si llegan a serlo, son excluidas y marginadas.

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