El amante: un caso feliz del incesto cine y literatura ~ UNA VISTA PROPIA

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10 de junio de 2007

El amante: un caso feliz del incesto cine y literatura

En la correlación loca de los asuntos del mundo, el cine, que viene siendo la séptima y mejor de las artes, actúa a la vez como hijo, padre, hermano y contenedor de todas las otras, en una suerte de incesto a veces afortunado y otras bastante odioso.

A la literatura le debe el cine virtudes como la profundización en el alma de los personajes, mientras él le ha aportado a ella su forma de narrar fragmentando la vida en pedazos de tiempo que duran lo que un beso y en ese lapso lo dicen todo sobre el ser humano.

Por supuesto, ninguno necesita del otro para hacernos tan felices. El cine por su lado y la literatura por el suyo se bastan a sí mismos. Pero a veces se juntan, en una relación que por lo general comienza en ella y termina en él: es notable que mientras en incontables ocasiones se han hecho grandiosas películas a partir de novelas no siempre igual de grandiosas, raramente se ha escrito una buena novela a partir de una película (lo más próximo a esto serían novelas sobre las vicisitudes de alguna película, como esa maravilla que bajo el título de Hollywood escribió Charles Bukowski luego de trabajar con Barbet Schroeder en el guión de Barfly (1987).

Ante la sentencia recurrente de “es mejor el libro” no podríamos, si no queremos ser acusados de torpes, reducir el asunto a la liviandad de que “una imagen vale más que mil palabras”, pues en el ejercicio del derecho que tienen los hombres y las mujeres a que les cuenten historias, las imágenes y las palabras valen mucho por separado. No todas las historias que a punta de palabras son tan hermosas logran traducirse con efectividad al lenguaje de las imágenes.

Bastaría para espantarnos el ejemplo de García Márquez, en torno a cuyos cuentos y novelas no se ha hecho una sola película que haya de perdurar (si acaso, El coronel no tiene quien le escriba en la adaptación mexicana de Arturo Ripstein -1999- y algunos momentos de la estupenda abuela interpretada por Irene Papas en la Eréndira -1983- de Ruy Guerra).

En Colombia el incesto cine-literatura comenzó de una manera que jamás podremos decir si afortunada o infortunada, con una adaptación de María de Jorge Isaacs (1922). De aquella cinta se perdió casi todo en el desván del tiempo, y por los clásicos que perviven de nuestra época de celuloide y mutismo es sensato pensar que debió tratarse de un bodrio cuya pérdida no lamentamos. Queda como testimonio el documental de Luis Ospina y Jorge Nieto En busca de María (1985).



El Coronel no tiene quien le escriba, de Arturo Ripstein.
¿Es mejor el libro? Suelen usarse estas palabras, sin signos de interrogación, cada vez que llega una nueva película basada en novela. Ejemplos recientes en Colombia dan fe de que ni la pregunta ni la aseveración son procedentes.

No podría uno decir si en casos como La Mansión de Araucaima -novela de Álvaro Mutis y película de Carlos Mayolo (1986)-, o Cóndores no entierran todos los días -novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal y película de Francisco Norden (1984)- es mejor el original en libro o la versión en pantalla, aunque tal vez sí resulte procedente la pregunta en casos como el de Illona llega con la lluvia -novela de Mutis y película de Sergio Cabrera (1996)-.

Y sin duda el incesto se hace feliz en casos como La Virgen de los Sicarios (2000), en el cual Fernando Vallejo no sólo cedió los derechos de su novela para la película de Barbet Schroeder, sino que él mismo escribió el guión. No son muchos los ejemplos, en todo caso, pues en Colombia se hacen pocas películas y, por lógica, aún menos adaptaciones de libros.

Para los próximos meses vienen dos estrenos muy interesantes: Perder es cuestión de método, novela de Santiago Gamboa y película de Sergio Cabrera, y Rosario Tijeras, novela de Jorge Franco Ramos y película del mexicano Emilio Maillé.

¿Y a quién pertenece la historia narrada primero en libro y luego en cine? El problema lo resolvió con notable lucidez Jean Jacques Annaud cuando estaba adaptando El amante (1993), de Marguerite Duras, y por amabilidad dejó que la escritora rondara su trabajo.

La Duras era una anciana hermosa y desolada que gustaba de controlar todo y tras declararse inconforme con ciertos aspectos de la película intentó enderezar la adaptación a su medida. Annaud la contuvo con una aclaración certera: “Es tu libro y es mi película. Yo leo de nuevo tu libro, y es mi lectura lo que voy a mostrar”.

Ella se retiró ofendida y se encerró a reescribir la historia de la jovencita francesa y su amante chino en el Saigón de principios del siglo. Del proceso salió otra novela, más extensa y al menos tan bella como la primera, con el título de El amante de la China del Norte y plagada de notas a pie de página sobre la película que le gustaría se hiciera y que alguien deberá hacer algún día.

Ganamos todos: los lectores, los espectadores, pues la historia nos pertenece a todos. Pasada la rabia, Duras y Annaud se reconciliaron y después ella murió como moriremos todos, incluidos el cine y la literatura.

César Alzate
http://www.elcolombiano.com/publicaciones/
literariodominical/cineyliteratura.htm

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