El Ultimo Tango en París: Brando baila el tango como ninguno ~ UNA VISTA PROPIA

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2 de junio de 2007

El Ultimo Tango en París: Brando baila el tango como ninguno

Cuando ella dice su nombre, cuando dice “Jeanne”, dispara su revólver y él muere. Él, quebrando un pacto que buscaba hacer del uno para el otro un anónimo, un desconocido absoluto, una ausencia corporalmente presente pero sin designación alguna, le había preguntado su nombre. El pacto era lo contrario: no decirse los nombres, no ser nada el uno para el otro, no fijarse. Lo había propuesto él. Que se llama Paul y ha perdido a su mujer, a la que nunca comprendió, ni conoció con cierta hondura, ni supo cosas de su vida acaso esenciales: que tenía, por ejemplo, un amante. Ella se suicida. Y ese suicidio no hace surgir en él el miedo sino la angustia.

La angustia no es el miedo. El miedo tiene siempre una áspera referencialidad. Tengo miedo de “algo”. Se equivocan quienes hablan -dentro de un campo práctico-económico de supervivencia– de la “angustia de no llegar a fin de mes”. Que no te alcance el sueldo. Esa angustia no es angustia, es miedo. Se localiza en la escasez: que algo no sea suficiente, que algo sea escaso, el sueldo. Al localizarse, el miedo se puede vencer o arroja a la acción de vencerlo. Puedo intentar ganar más dinero. Con más Por José Pablo Feinmann dinero llegaré a fin de mes y se me irá el miedo. “Fin de mes” es una temporalidad-objeto. Una fecha de almanaque. A “eso” se le tiene miedo. La angustia no tiene referente en la realidad. No se refiere a algo. A “algo” puedo tenerle miedo. Cuando me angustio nunca es por “algo”. Suele decirse (o ha sido dicho) que el hombre es el único ser que se angustia y más humano es cuanto más profundamente se angustia. Un animal sabe del miedo. La angustia humana se alimenta de nada, no de algo. Sé que hay un horizonte de posibilidades y que en todas ellas está mi finitud. Sé que voy a morir. Sé que mi muerte es sólo dejar de ser. Sé que soy finito en un universo infinito. Pero mi finitud no es “algo”. Si la muerte es dejar de ser es porque no es nada. Así, contrariamente al miedo que siempre me remite a “algo”, la angustia me revela la nada. Puedo asumirla como un formidable dispositivo existencial.

El hombre es ese ser cuya angustia le revela la nada. De aquí esa frase (que pertenece a Kierkegaard): lo que hace humano al hombre es que se angustia y más humano es cuanto más profundamente se angustia. La angustia es la experiencia de la finitud, del límite, del nihilismo. De la muerte. Si la posibilidad presente en todas mis posibilidades es la posibilidad de morir, el hombre es, entonces, eso que decía el viejo maestro Heidegger, siguiendo al viejo maestro Kierkegaard y al iracundo maestro Nietzsche, el “ser para la muerte”.

La angustia me revela esta situación extrema e insoslayable. ¿Puedo vivir con ella? No todos. Brando, en el film de Bertolucci, no. El suicidio de su mujer no le soluciona nada. El que se suicida precipita la posibilidad de todas sus posibilidades, eligiéndola. Si mi angustia me revela la nada y si, a la vez, no puedo vivir “en” la angustia que la nada me despierta, elijo la nada, me arrojo a ella. Es el único posible que me quitará la angustia realizando lo que la provoca: la muerte, la finitud, la nada. Mi suicidio me nihiliza. Elijo nihilizarme porque elijo suprimir la angustia. Brando hace otra cosa. Le propone a Jeanne no decirse sus nombres y entregarse al sexo como paliativo de la angustia. (Puede ser, también, el alcohol, las drogas, las anfetaminas o el asesinato. Puede ser cualquier ejercicio de hiperactividad. En rigor, los hombres se pasan la vida haciendo “cosas” para no angustiarse, para distraerse de lo insuperable: la nada, la finitud, el nihil que caracteriza al existente.)

De esta forma, el sexo, en este film existencial-ontológico de Bertolucci –en tanto sus personajes buscan “ser” algo para evitar lo que la angustia descubre: que el horizonte fatal de la existencia es “dejar de ser”–, es un sexo anónimo, una instrumentación del cuerpo como droga, como opio de la angustia. Mal camino, sin embargo. La característica del acto sexual es realizarse, llegar a un punto de culminación, a un fin. Ese fin me revela “el fin”, la finitud. El sexo es el camino a la nada. O, por decirlo así,a una de las experiencias más poderosas de la nada. “¿Acabaste?”, se preguntan los amantes. “¿Terminaste?” Incluso el orgasmo compartido tiene algo de ritual funerario, de holocausto que elimina la alteridad de los amantes y los arroja unidos hacia el fin: “Terminemos juntos”. Luego de su primer coito Brando y Schneider se separan, aislándose. No permanecen abrazados. La primera gran falsedad se les ha revelado. El sexo, lejos de entregarlos al olvido de la nada, los entrega a una de las experiencias más fuertes de la finitud, del nihilismo. De la nada. El sexo es tan finito como la existencia. Y, comparado con otras posibilidades, peor todavía: es la posibilidad que necesariamente conduce a la experiencia de la finitud.

La muerte, como posibilidad de todas mis posibilidades, no se realiza en todas. Si voy al cine y no muero acaso podría experimentar algo de lo finito al finalizar la película. (Tal vez por esta causa la frase “The End” se ha eliminado de la mercancía-cine.) Pero esa finitud no tiene lugar en mi cuerpo, en mi carne. Con el sexo experimento la finitud en mi cuerpo. Soy yo el que acaba, el que termina. Es en-mí que el deseo muere. Se trata, entonces, de empezar de nuevo. El sexo-compulsión, el sexorepetición, busca ahogar la angustia que revela el sexo-nada, el sexofinitud, el sexo-muerte. ¿Cómo no habrían de buscarse, sin saciarse jamás, Brando y Schneider?

Todo se precipita con el último tango. Con el baile de la desesperación. Schneider dice: “Se acabó. Está terminado”. “C’est fini”, dice ella. “C’est fini”. Él insiste. La sigue. La corre. Por último –trágico error metafísico de Brando– le pregunta su nombre. Ella dice “Jeanne”. No bien dice “Jeanne” es “Jeanne”. Tiene un “ser”. Nombrar algo es darle un ser. Nombrarse es darse un ser. No bien “Jeanne” es “Jeanne” su angustia se disipa. La finitud no la acosa. El “sentido” la cubre, la protege. Entonces ya no necesita a Paul. Entonces lo mata.

Ésta es “mi” película de Brando. Admiro su valentía para aceptar el papel. Su interpretación desesperada. Su tango nihilista. Su sexualidad que se despierta y que muere y que despierta otra vez para volver a morir. No sé si es su mejor película. Pero es un gran film, con un gran guión, con una gran dirección de fotografía, con un ritmo impecable, ferozmente entretenido y con una portentosa estrella de Hollywood como protagonista. Nada de esto le impidió su hondura casi inapresable.

Publicado el 1 de agosto de 2004, a la muerte de Brando
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-1572-2004-08-01.html

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