Todo sobre mi madre: el genio de Almodóvar en una película redonda ~ UNA VISTA PROPIA

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15 de junio de 2007

Todo sobre mi madre: el genio de Almodóvar en una película redonda

Decía un crítico de cine que las buenas películas no acaban cuando terminas de verlas en la sala; siguen dentro de ti hasta mucho tiempo después. Esta película es buena; para mí, la mejor de su director. Y, al menos en mí, ha trascendido mucho más allá de las dos horas de proyección.

Hace ya tiempo, una de mis hermanas me dijo: "Es que las películas de Almodóvar no parecen españolas." Eran ya tiempos en que las películas españolas habían dejado de ser 'españoladas'. Respeto mucho y me causa cada vez mejor impresión todo el buen cine español, que lo hay. Pero realmente Pedro Almodóvar me parece distinto -y distante, que se diría ahora- al resto de sus colegas.

Sin ir muy lejos, el joven andaluz Benito Zambrano ha hecho en Solas una espléndida película, con una temática y una profundidad muy parecidas a Todo sobre mi madre, que a mucha gente le gusta más que ésta; incluso, yo admito que 'como novela' -argumento y diálogos, dibujo de situaciones y personas- puede ser mejor -más reconocible e identificable, más real y realista-, pero no 'como cine'. Para mí, repito, Solas, como otras buenas películas españolas, tiene clase, hondura, arte, oficio; pero no tiene el duende, el sabor, el color, el toque de 'obra de arte'. Por seguir con la comparación entre Solas y Todo, casi toda la segunda parte, psicológica, de mi comentario -el drama de la despersonalización de la madre- valdría para las dos; la primera, el preciosismo estético, en absoluto. Y en cine importa más el cómo se cuenta que el qué.

Por eso, para mí, las películas de Almodóvar son otra cosa; y ésta, aún más. Después de Luis Buñuel, Pedro Almodóvar es el director español que más logra que sus escenas provoquen en mí incontables sensaciones encadenadas. Por eso estos comentarios resultan imbebibles a más de uno. En ya muy antiguos 'cine-forum', con Viridiana o Ese oscuro objeto del deseo, me reprochaban que hacía decir a Buñuel cosas que él mismo ni siquiera se hubiera imaginado. Las obras de arte dicen mucho más de lo que quieren decir; los genios -los artistas de cualquier arte, y el 7º es de los primeros en eso- dicen mucho más de lo que son conscientes que dicen. Algún director de cine aceptaba en una entrevista que hay muchas cosas que ni él mismo puede explicar y, desde luego, deja que los espectadores puedan entenderlo como quieran.

Todo sobre mi madre es una película redonda. La historia está muy llena de referencias de gran calado; lineal y circular, sencilla y compleja, al mismo tiempo. El ritmo es vivo, cargado de tensión emocional, y los guiños de humor inteligente y cierta extravagancia, tan usados por Almodóvar, hacen que las dos horas parezcan un ratito. La música y el sonido todo forman un entramado perfecto, como el color, en la ambientación de escenas y comunicación de sensaciones. La fotografía está siempre a gran altura estética y expresiva y tiene momentos de una plasticidad extraordinaria. Como todo buen cine, dice mucho sin necesidad de hablar.

Quiero destacar el tratamiento de las transiciones, tiempos muertos y presentaciones; insinuantes, sugerentes, prometedoras. Los planos del tren, los túneles. Todo el tratamiento de Barcelona; desde la primera toma aérea -al salir del túnel-, pasando por la noche de 'El Campo', por los exteriores, fachadas, jardines. Hay planos muy conseguidos: el lápiz del joven Esteban, visto desde su cuaderno; la entrada al teatro con el cartel de El tranvía; el accidente: cristales del taxi, caras en primer plano, cámara dando vueltas, ... ; salida del Hospital, con el mar de fondo; la salida de casa de Manuela para ir al Hospital, con Rosa embarazada. Y casi todos los interiores, tanto de las casas -sobre todo la escena del champán, con un humor muy chispeante y vivo, y la hermana Rosa con una copa de más- como del camerino de Huma -juegos de espejos, rostros, flores y colores en imágenes múltiples-.

Escribe Ignacio Oliva en la revista "Reseña", abril 99: "Pero Todo sobre mí madre es, además, una película poderosa visualmente. Hay un planteamiento de puesta en escena que el autor ha cuidado concienzudamente hasta sus últimos detalles. La forma, el concepto del plano se encuentra interpuesto hábilmente respecto al texto, y la narración fluye hacia su abigarrado destino en la encrucijada barroca de los sentimientos. El diseño artístico, siempre tan señalado y presente en sus películas, ocupa en ésta un lugar medido para asistir a la atmósfera dramática. Da la impresión de que Pedro Almodóvar se gusta a sí mismo en este film y, como los buenos toreros, regala momentos con la firma, momentos de arte, sentimiento e inteligencia que le distinguen particularmente."

De la interpretación quiero decir poco; me parece extraordinaria, genial; no sé si debe sólo a Pedro o a su troupe; en el fondo, es lo mismo; y ya hay mucho hablado y escrito sobre Pedro y las chicas Almodóvar. No quiero resaltar a nadie, porque creo que nadie baja; los varones, tampoco. Cada uno hace su personaje; más pobre el de ellos. Cada uno da vida, vivifica a la perfección, al personaje que le ha tocado; por algo le ha tocado. Si tuviera que definirme, me quedo con la riqueza expresiva de matices de Cecilia, la frescura y gracia de Antonia y con la ternura de Penélope. ¡Quién no se quedaría con esa preciosa niña!

Entrando en la estructura del film, la primera secuencia es ya altamente significativa. Son planos cortos y lentos de una U.C.I. de hospital. Se ve el pausado recorrido de un tubo delgado que sale de un gotero de suero para un trasplantado: ¡cordón umbilical, dependencia existencial!; la toma de VACIO, de OXIGENO; el sordo y angustioso ruido de monitores. Ya está sugerido uno de los hilos conductores de la historia: la mujer que da a luz un hijo le trasplanta su vida, su amor, su identidad. "Me fui tras del corazón de mi hijo", dice Manuela a Mamen, explicándole su viaje a Coruña.

Las siguientes secuencias amplían -con sugerencias y alusiones impensablemente sutiles y geniales- el tema del trasplante y abren otra importante puerta para la trama: en el fondo, la vida, el amor, la maternidad son, tienen mucho que ver, con el teatro.

Entre los dos trasplantes, el fingido y el real, el simulado y el sufrido, se nos cuela la presentación del hijo, con su cuaderno de notas. Secuencia madre de casi todas las referencias y claves de la historia. Pasado roto y misterioso; presente alegre, explosivo y fugaz; futuro abierto, sólo a una necesaria, y posible, reconstrucción. Está enmarcada en el recuerdo-influencia de All about Eve; en un ambiente cálidamente colorista, donde la relación afectiva hijo-madre se percibe entre cercana y excesiva, amical y sobredependiente, natural y morbosa.

Enseguida queda claro algo que es una de las cualidades diferenciadoras de Todo sobre mi madre. La inmensa mayoría de los tratamientos del tema sitúan a la madre como protagonista activa de la historia; su influencia y acción en la familia, pareja o, sobre todo, hijos. Esta historia está contada de otra manera, desde otra perspectiva, con otra sensibilidad. Almodóvar sitúa a la madre como sujeto paciente, como efecto de todas las influencias, externas e internas, de todos los afectos, cumplidos y frustrados; de todas las heridas, fuentes inagotables de perfeccionismo y protección, de culpabilidad y huida.

Ya no vamos a poder salir de esa continua paradoja vida-teatro, fecundidad-muerte, amor-huida, afecto-dependencia, seguridad-desconfianza. De principio a fin, un guión, cuidadosamente elaborado y complicadamente simple, nos hace vivir, más que presenciar, casi todas las posibles emociones que pueden darse en un ser humano.

Volviendo al director, algo muy significativo que quiero señalar es cómo cuenta las historias, sobre todo ésta, con los colores; si tuviera que subtitular esta gran película, la llamaría "Del rojo al amarillo". Quizá no fuera excesivamente original, para lo que se merece una reconocida obra de arte; y, desde luego, no es ningún intento de comparación ni referencia más que a ella misma. Sino porque Todo sobre mi madre es la visualización cromática de los sentimientos humanos más intensos; sobre todo, los femeninos; los femeninos son los sentimientos más hondamente humanos. Pedro Almodóvar ya nos había mostrado que es un maestro en pintar sentimientos; a veces exacerbados, morbosos, límites; ahora nos demuestra que es un especialista consumado en pasar al celuloide el rico mundo del alma de la mujer. Los personajes, los ambientes, los decorados, los planos, la música, las palabras, todo emana una sensibilidad extraordinaria; toda la película conserva emociones continuas y contenidas, sólo rotas por muy medidos y serios toques de humor, especialmente de la genial Agrado.

Y es que Pedro Almodóvar es un genio muy especial; todos los genios son especiales. Este director provoca, desde el principio, grandes amores y grandes odios, grandes admiradores y grandes detractores; si es que un detractor puede ser grande. También hay algunos incondicionales que lo son más por posturas personales inconsistentes de 'progrerío' a ultranza; como adversarios movidos desde la inmovilidad por envidias o animadversiones más a la figura que a una obra que, en el fondo, no les llega. En fin, que el 'fenómeno almodóvar' daría para elucubraciones sico-sociológicas en las que no quiero aterrizar.

Del rojo al amarillo: tanto en el color que se nos mete al corazón por la plasticidad de las imágenes que nos entran por los ojos, como en los tonos de los sentimientos que salen de la variada gama de los matices de la personalidad de sus mujeres. Desde la pasión a la ternura, pasando por todos los tonos del marrón del desgarro y la enfermedad mortal, la búsqueda obsesiva y la soledad chirriante.

Rojo, Huma Rojo, paraguas rojo en la noche roja del charco rojo. Rojo de amor de madre, de pasión, de vida, de despedida. Rojo del cartel, del ambiente, de un vestuario que chilla. Amarillo de celos y envidias, de burguesías vacías, de relaciones enfermas. Y, en medio -a través de-, un lujo de sensaciones hechas color: paredes, vestuario, sillones, lámparas, ceniceros -casi siempre hay algún objeto rojo y un fondo amarillento- crean una expresividad que acompaña una cuidada atmósfera de emoción mantenida. Un despliegue de imaginación y creatividad, de contar con detalle, de sugerir con audacia.

Como en toda obra genial, los personajes de la historia no son reales, físicos, domésticos. Huma, Manuela, Agrado, Rosa -la hermana y la madre- y Nina son arquetipos de la mujer; mejor que arquetipos, piezas de un puzzle inmenso y deshecho; radiografías de los diversos y complicados componentes de la fuerte y quebradiza osamenta psicológica de la mujer: diosa y madre, amante y puta, señora y criada, férrea y vulnerable, perdida y perdedora, centro y origen del mundo y de los hombres.

Huma: humo, vacío, nube, aire; rojo, pasión, fama, éxito, soledad, niña desarmada, 'actriz maravillosa y persona equivocada': "El éxito no tiene ni olor ni sabor y, cuando te acostumbras, es como si no existiera."

Manuela: contrapunto de Huma, mezcla y apoyo de las demás, amante y amable, admiradora admirada, generosa buscadora y luchadora perpetua. "Yo ya he sido capaz de hacer cualquier cosa por ti."

Nina: maternidad ficticia, dependencia destructiva, rutina insatisfecha, envidia acomplejada, feminidad apaleada y agresiva: "¡Para ti, todo lo que no sea salir y ponerte hasta el culo de todo lo que pilles, es ser monja de clausura!"

Agrado: contrapunto de Nina, de todo lo negativo, humor y ternura, espontaneidad fresca, autenticidad de artificio, complaciente de oficio, desfacedora de entuertos, liberadora de tensiones. "Lo que les estaba diciendo, ¡cuesta mucho ser auténtica, señora! Pero con esto no hay que ser tacaña. Una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma..."

Hermana Rosa: idealista, ingenua, preciosa, sonriente, tierna, fecunda, utópica, dulce, generosa, niña-madre, incauta, ... "Estuvo aquí, hará unos cuatro meses. La ayudamos a desintoxicarse. Yo la cuidé durante el mono, pero ya sabéis cómo es y desapareció de la noche a la mañana."

Madre y contrapunto de la hermana Rosa: dureza desconfiada, tradición hipócrita, frialdad lejana, monotonía burguesa, opulencia vacía, maternidad estéril. "¡Eso es! ¡Cualquier puta, cualquier salvadoreño es más importante que tu padre y tu madre!"

A propósito de su 'mundo de mujeres', Almodóvar escribe: "El título viene de Todo sobre Eva; entre otros temas, el film de Mankiewicz trata de mujeres y actrices. Mujeres que se confiesan y se mienten en el camerino de un teatro. Tres o cuatro mujeres hablando significan para mí el origen de la vida, pero también el origen de la ficción y de la narración. Mi idea al principio fue hacer una película sobre la capacidad de actuar de determinadas personas que no son actores. De niño yo recuerdo haber visto esta cualidad en las mujeres de mi familia. Fingían más y mejor que los hombres. Y a base de mentiras conseguían evitar más de una tragedia. Contra ese machismo manchego que yo recuerdo (tal vez agigantado) de mi niñez, las mujeres fingían, mentían, ocultaban y de ese modo permitían que la vida fluyera y se desarrollara, sin que los hombres se enteraran ni la obstruyeran. No lo sabía pero este iba a ser uno de los temas de mi película número 13, la capacidad de la mujer para fingir. Y la maternidad herida."

Y a lo largo del film oímos una serie de frases que no tienen desperdicio: "Las mujeres nos adaptamos a todo... Las mujeres somos capaces de hacer cualquier cosa con tal de no estar solas... Las mujeres somos más tolerantes, pero eso es bueno... ¡Somos gilipollas y un poco bolleras...! ¿Sabes actuar? - Sé mentir muy bien y estoy acostumbrada a improvisar... A mí me gusta despedirme de la gente, aunque sólo sea para hincharme a llorar... Quienquiera que seas, siempre he confiado en la bondad de los desconocidos..."

Los hombres son material de complemento: un profesional frío y distante; un marido que no se entera; un compañero que sólo piensa en 'lo único; un padre que va dejando preñadas a sus amantes y desvalijando a sus colegas, para hacerse mujer. Y dos hijos: causante o catalizador de la historia el uno, epílogo sanador el otro. De todas maneras, el varón no puede ser más que comparsa de Todo. En un momento dado, Rosa dice a su hija, refiriéndose a su padre: "Si no te importa, prefiero no decirle nada; de todos modos, no se enteraría."

Por no sé dónde, leí una frase sugerente: "La mujer quiere siempre al hombre que todavía no es y el hombre a la mujer que ya ha sido." El mundo de la mujer -más complejo y rico que el masculino- es un laberinto misterioso, soñado y temido, por el hombre; el mundo del hombre, un simple interrogante, intuido para la mujer. Pero entre los dos hay, siempre, un abismo.

Después de ver Todo sobre mi madre, se tiene la impresión de que el mundo está mal hecho, mal rematado; el hombre y la mujer no tienen bien definidos sus papeles ni sus tareas ni sus relaciones. En su cuaderno de notas, escribía Esteban: "Anoche mamá me enseñó una foto; le faltaba la mitad. No quise decírselo, pero a mi vida le falta ese mismo trozo." ¿A todos nos falta la mitad de nuestra persona, vivimos sólo la mitad de nuestra vida?

La mujer es el corazón del mundo; el manantial y el mar de las emociones y los sentimientos; el origen de la vida y del amor. Pero ¿quién ha condenado a esa fuente de sensibilidad a ser esclava sacrificada, servidora frígida, objeto usado y tirado? ¿Qué tipo de historia y religión, educación y sociedad, después de marginarlas, las prepara y especializa concienzudamente en un compulsivo sacrificio para los demás y una culpabilidad impenitente para sí mismas? ¿O, acaso es que el hombre sospecha su inferioridad para las relaciones profundas y quiere disimular su impotencia afectiva ejerciendo un omnímodo poder? ¿O será que la mujer se refugia en los cuarteles de invierno de su seducción, de su maternidad y de su estética, para protegerse del impuesto campo de batalla masculino, machista y machacante? Hay un interesante libro de una psiquiatra americana, cuyo título es ya significativo: Mujeres que aman demasiado. Su tesis, más o menos, es que muchas mujeres sienten que sufrir por alguien es la única forma posible de serle útil, de amar.

Una amiga me dijo un día algo que me dejó de piedra y luego me ha hecho pensar: "¡Ser madre es una putada!" Casi al principio de la película, la noche de su cumpleaños, Manuela trae a Esteban como regalo un libro de Truman Capote, Música para camaleones. El le pide que le lea algo, Manuela abre el libro y lee: "Empecé a escribir cuando tenía ocho años. Entonces no sabía que me había encadenado a un noble pero implacable amo. Cuando Dios te entrega un don, también te da un látigo. Y el látigo es únicamente para autoflagelarte". Ya casi al final escuchamos las palabras de Haciendo Lorca de Lluis Pasqual: "Hay gente que piensa que los hijos son cosa de un día. Pero se tarda mucho. Mucho. Una fuente que corre durante un minuto y a nosotras nos ha costado años. Por eso es tan terrible ver la sangre de un hijo derramada por el suelo."

¿Será pura casualidad? ¿Truman Capote se refiere sólo a la literatura, cuando habla del implacable amo o del don autoflagelante? La experiencia de la maternidad es, sin duda, de las emociones -alegría y dolor- más grandes y más determinantes. Pero, después de ser madre, ¿puede una mujer ser independiente y libre? El don inmenso de la maternidad, ¿tiene que ser un látigo autoflagelante, un vivir sólo para los demás que impida realizarse autónomamente? Al dar la vida al hijo, ¿ha de tener que perder la propia identidad?¿Es posible que la madre pretenda que su hijo no sea en toda su vida otra cosa que 'hijo'? (¿Por qué más de media humanidad está buscando la madre que no tuvo?) Incluso, el ser 'mujer' ¿hace que no pueda ser 'otra cosa': una persona humana? El sexo, el género, que es la señal de nuestra vocación a la comunicación gozosa y feliz, ¿ha de ser casi siempre un obstáculo para la identidad, la libertad, la plenitud, la felicidad, el amor?

Aunque esté mal la autocita, escribo en 'El Jardín Interior': "El placer es el néctar que los dioses han regalado al hombre, generosos, porque ellos no lo podían paladear." Y un poco después, hablando de que nos han educado para complacer a los demás: "Este complacer -'sin placer' (¡ay, la frigidez femenina!)- nunca nos deja satisfechos."

Es claro que nuestra generación ha tenido una malísima educación en todo lo referente a la genitalidad-sexualidad-afectividad-sensibilidad. Y creo que eso viene de siglos y se da en casi todas las culturas y regiones, religiones y ateísmos. Y que no se debe ni a la 'dictadura católica' ni a la 'ola de erotismo y depravación de costumbres que nos invade', que pensarían unos y otros. Prescindiendo de la connotación moral y ética, todo ese mundo de la comunicación-relación-realización personal es un desastre para la mayoría del personal.

Un paso más para el/la que haya tenido la osada paciencia de seguir leyendo hasta aquí. El amor de madre, el amor más puro y desinteresado, ¿es siempre realmente 'AMOR'? En algunos casos, y no digo en muchos para no provocar demasiadas enemistades, yo he visto, bastante demostrado, que hay mujeres que tienen con sus hijos una relación profundamente egoísta. (Y no quiero hablar ya de las madres que 'usan' a sus hijos como adorno, como autosatisfacción o, incluso, como arma arrojadiza contra su ex.) Algunas, repito, aman en su hijo la parte de ellas mismas (lo único de sí que se permiten amar) que perciben más pura, débil e indefensa. Pero eso no es amor; es instinto de protección, posesión, pertenencia, dependencia, visceralidad. Claro está que esto no se lo puedo decir a casi nadie; ¡y menos, a las aludidas!

Intento clarificar. Si una madre, con su mejor intención, le dice, le transmite a su hijo que 'nadie te va a querer más que yo', ¿no lo está castrando? Si, sin darse cuenta, le dice, le convence '¡tú no vas a ser capaz de hacer nada sin tu madre!', ¿no estará rebajando su autoestima, no le está haciendo un daño irreparable? Si, consciente o inconscientemente, teme que su hijo salga de casa, crezca fuera de ella, sea libre, independiente y autónomo, ¿no está deseando, en el fondo, que no sea feliz? Pídele a una madre que dé su vida por su hijo. Seguro que la da. Pero pídele que deje que su hijo se equivoque, meta la pata, se haga daño, llore -que todos sabemos que es 'la mejor manera', la única real- para que crezca y aprenda. Ahí funciona el egoísmo: "¡Cómo voy a dejarle que sufra!" Que traducido con mala idea es: "¡Cómo voy yo a pasar ahora un mal rato, para que él pueda ser feliz sin mí!"

En Todo sobre mi madre no es casual que el grito de manuela-Stella en el parto de Un tranvía llamado deseo -constante unión vida y teatro- es el mismo grito que aquel desgarrador ante el accidente de Esteban. Si doloroso es el desgarrón del parto, más dolorosa suele resultar la ruptura del segundo cordón umbilical. La pasión -no el amor- de madre, no puede dejar morir al hijo, ni vivir fuera de ella.

Oí un cuento oriental: "Una mujer fue al maestro y le dijo: 'Maestro, ¿qué haré para que mi hijo sea feliz?' Y el maestro le contestó convencido: '¡Sea usted feliz!' Esto, que parece tan fácil de explicar, es de lo más difícil de entender por una madre. Si usted quiere que su hijo sea feliz, sea usted feliz; ámese a usted más que a él -¡ame a su marido más, incluso, que a él- y su hijo tendrá modelos y puntos de referencia de amor incondicional: podrá sentirse querido y quererse. Mientras que si usted se sacrifica por él y por todos; si usted nunca ha hecho nada para encontrarse con lo mejor de sí misma, y por lograr su felicidad, el pobre hijo vivirá tan pendiente de los demás como usted. Es decir, ¡será un amargado, como usted!

Ya lo decía un señor que ha sido muy mal interpretado: "Ama al prójimo, como a ti mismo"; como te ames a ti, así amarás a los demás; si no te amas sanamente a ti, no podrás amar sanamente a nadie.

Y no quisiera irme, ni que parezca que me voy, de la temática de Todo sobre mi madre. El monólogo sensacional de Antonia San Juan comienza diciendo: "Me llaman La Agrado, porque toda mi vida sólo he pretendido hacerle la vida agradable a los demás." Y me parecería una simplificación pensar que sólo habla 'de sexo'. Padres e hijos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, buscamos complacer a los demás y vivimos sin tratarnos ni conocernos ni querernos a nosotros mismos; buscamos compulsivo-obsesivamente gratificaciones afectivas en los demás, fuera de nosotros. Y ese es un camino equivocado, una trampa.

Voy a pensar en acabar. Manuela personifica el drama del ser humano que, sin encontrarse, huye hacia adelante con múltiples excusas. Y termina, de nuevo, en el tren; Siempre buscando. Ahora, con otro Esteban; a éste no lo persigue; de éste no huye. Un final un poco extraño para el drama que hemos vivido -¿niño milagro o milagroso?-, con un 'Deus ex machina' lógico en una tragedia tan arquetípica. La última escena abre paso, de nuevo, a la duda, a la ambigüedad, al drama; Huma, en su camerino, se despide de Manuela: "Te veo después de la función..." Y, sobre el telón rojo, se puede leer: "A Bette Davis, Gene Rowland, Romy Schneider... A todas las actrices que han hecho de mujeres. A todas las mujeres que actúan. A los hombres que actúan y se convierten en mujeres. A todas las personas que quieren ser madres. A mi madre." En otro sitio lo explica el mismo director: "No sólo son el tema de Todo sobre mi madre, sino que la película también va dedicada a las actrices. Especialmente a las que en algún momento han hecho de actrices. En la dedicatoria final, nombro a tres de las que más emoción me han deparado: la Gena Rowland de "Opening night", la Bette Davis de "All about Eve" y la Romy Schneider de "Lo importante es amar". El espíritu de las tres impregna de humo, alcohol, desesperación, locura, deseo, desvalimiento, frustración, soledad, vitalidad y comprensión a los personajes de Todo sobre mi madre."

¿Nos quiere decir Pedro Almodóvar que la vida es, inevitablemente, puro teatro? ¿Tendrá que estar siempre actuando el ser humano? Hay, sin duda, un gran número de mujeres que no saben, o no pueden, ser personas; se ven obligadas a ser, sólo, madres, esposas, amantes, seductoras, coquetas, putas, ... Pero ¿nadie podrá llegar a ser auténtica persona, libre y feliz? Tú y yo, al menos, ¿podremos dejar de actuar? Como final, te dejo una frase que me gusta, de John Powell: "El hecho es que nadie puede hacerme feliz; ni yo puedo hacer feliz a nadie. Cada cual tiene que conseguirlo por sí mismo. Como intento educarme en este sentido, cada mañana miro el cartelito colgado de mi espejo que me recuerda lo siguiente: 'Estás viendo el rostro de la persona que hoy es responsable de tu felicidad'. La felicidad es, de hecho, una tarea personal e interior."

La felicidad no se puede dar si no se tiene; como en casi todo, se contagia lo que se tiene. Por eso, nuestra única obligación es ser felices; incluso, si queremos ser altruistas.

Fernando Moreno Muguruza
http://www.galiciacity.com/servicios/cine/todosobre.shtml

1 comentario:

David Cotos dijo...

Que buena historia:"Una mujer fue al maestro y le dijo: 'Maestro, ¿qué haré para que mi hijo sea feliz?' Y el maestro le contestó convencido: '¡Sea usted feliz!'
Gracias por compartirla.