Las Bordadoras: una sensibilidad femenina ~ UNA VISTA PROPIA

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9 de abril de 2007

Las Bordadoras: una sensibilidad femenina

Crítica de Rebeca Jiménez Calero publicada en el Programa Mensual de la Cineteca Nacional, el 12/4/2006. Versión en línea: http://www.cinetecanacional.net/cgi-bin/ampliar.cgi?critica=3529

Tras la realización de dos cortometrajes, Éléonore Faucher emprendió la escritura de un guión de largometraje en el que abordaría la relación de dos mujeres, una joven y una madura, unidas por lazos exclusivamente femeninos. De esta idea surgió Las bordadoras, una cinta en la que la identificación de vínculos y la solidaridad surgida entre ambas protagonistas son los hilos conductores de la historia.

Claire es una adolescente de 17 años, empleada en un supermercado y cuyos intentos por cubrir su vientre son cada vez más infructuosos. Embarazada de un novio indiferente, la muchacha no sabe qué hacer ante la responsabilidad que representa tener un hijo y decide ocultar su estado a todo el mundo, por lo que abandona su trabajo pretextando una enfermedad.

Claire tiene un pasatiempo un tanto inusual: le gusta bordar, y en la soledad de su casa da rienda suelta a su pasión, imagina, concibe y crea nuevos diseños. Esta ocupación la lleva a conocer a la señora Mélikian, una mujer de 50 años que ha perdido recientemente a su único hijo, a quien guarda un luto perpetuo. La señora Mélikian posee un taller de bordado y vende sus diseños a los almacenes de alta costura de París. Ella también solicita a una ayudante.

Tras mostrar sus bordados como prueba de su capacidad, Claire recibe la aprobación de su nueva empleadora y de inmediato se inicia en el trabajo. Entre ambas mujeres comienza entonces a formarse un vínculo, tanto profesional como espiritual, a través del ritual del bordado, un arte que requiere paciencia, sensibilidad y constancia.

Éléonore Faucher hace gala de una característica sumamente femenina para contar la historia de su ópera prima: la sutileza. Los personajes no necesitan diálogos grandilocuentes para transmitir sus sentimientos; tampoco hacen falta las situaciones llevadas al extremo para comprender la precariedad emocional en la que ambas se encuentran: Claire ante la incertidumbre de no saber si desea o no al bebé que espera y la señora Mélikian frente a la desesperación de ser incapaz de asimilar la muerte de su hijo.

Las miradas, las expresiones faciales, los tonos de voz lo dicen todo, lo comunican todo. Sin tener que recurrir al cuestionamiento directo, la señora Mélikian se da cuenta del estado de Claire y opta por no inmiscuirse en la vida de la joven, así como ésta no la hace partícipe de la suya. Sin embargo, gracias a las horas de convivencia en el taller, ambas comienzan a compartir algo más que la pasión por el bordado y esa es la filiación que se ha creado a partir de la experiencia de la maternidad.

Pareciera que el destino de las dos fuera complementarse una a otra; la señora Mélikian aporta su experiencia, Claire, su juventud; una comparte su sabiduría, la otra su espontaneidad; una desea terminar su vida, la otra anhela iniciarla. Ninguna tiene a nadie más en la vida, salvo a ellas mismas; mientras la mujer madura ha perdido a su única compañía y receptáculo de todo su cariño, la joven nunca ha conocido el amor que una madre puede proporcionar, pues su propia progenitora no muestra más que indiferencia y pasa por alto hasta los acontecimientos más importantes en la vida de Claire, incluyendo su embarazo.

Éléonore Faucher construyó una historia en la que todo va tomando forma poco a poco —justamente como los bordados que crean sus personajes—, sin prisas, sin movimientos o cambios bruscos, pero con una seguridad que puede apreciarse en el registro histriónico de sus actrices principales, a través de una narración que no precisa de enunciados obvios para transmitir su mensaje. La directora habla de la transmisión de los valores femeninos, de la necesidad de seguir adelante, de la fortaleza con que se afrontan los retos en la vida, y lo lleva a cabo con una sensibilidad semejante a la luz que se filtra a través de las ventanas del taller de bordado: tenue, dulce, acogedora y cálida.

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